miércoles, 2 de noviembre de 2022

Kant. Prólogo 2a Ed. KrV

 KANT, Immanuel

Crítica de la Razón Pura

(Trad. Ribas)

Prólogo de la segunda edición, en el año de 1787


Si la elaboración de los conocimientos que pertenecen a la obra de la razón, lleva o no la marcha segura de una ciencia, es cosa que puede pronto juzgarse por el éxito. Cuando tras de numerosos preparativos y arreglos, la razón tropieza, en el momento mismo de llegar a su fin; o cuando para alcanzar éste, tiene que volver atrás una y otra vez y emprender un nuevo camino; así mismo, cuando no es posible poner de acuerdo a los diferentes colaboradores sobre la manera cómo se ha de perseguir el propósito común; entonces puede tenerse siempre la convicción de que un estudio semejante está muy lejos de haber emprendido la marcha segura de una ciencia y de que, por el contrario, es más bien un mero tanteo. Y es ya un mérito de la razón el descubrir, en lo posible, ese camino, aunque haya que renunciar, por vano, a mucho de lo que estaba contenido en el fin que se había tomado antes sin reflexión. Que la lógica ha llevado ya esa marcha segura desde los tiempos más remotos, puede colegirse, por el hecho de que, desde Aristóteles, no ha tenido que dar un paso atrás, a no ser que se cuenten como correcciones la supresión de algunas sutilezas inútiles o la determinación más clara de lo expuesto, cosa empero que pertenece más a la elegancia que a la certeza de la ciencia. Notable es también en ella el que tampoco hasta ahora hoy ha podido dar un paso adelante. Así pues, según toda apariencia, hállase conclusa y perfecta. Pues si algunos modernos han pensado ampliarla introduciendo capítulos, ya psicológicos sobre las distintas facultades de conocimiento (la imaginación, el ingenio), ya metafísicos sobre el origen del conocimiento o la especie diversa de certeza según la diversidad de los objetos (el idealismo, escepticismo, etc...), ya antropológicos sobre los prejuicios (sus causas y sus remedios), ello proviene de que desconocen la naturaleza peculiar de esa ciencia. No es aumentar sino desconcertar las ciencias, el confundir los límites de unas y otras. El límite de la lógica empero queda determinado con entera exactitud, cuando se dice que es una ciencia que no expone al detalle y demuestra estrictamente más que las reglas formales de todo pensar (sea este a priori o empírico, tenga el origen o el objeto que quiera, encuentre en nuestro ánimo obstáculos contingentes o naturales). Si la lógica ha tenido tan buen éxito, debe esta ventaja sólo a su carácter limitado, que la autoriza y hasta la obliga a hacer abstracción de todos los objetos del conocimiento y su diferencia. En ella, por tanto, el entendimiento no tiene que habérselas más que consigo mismo y su forma. Mucho más difícil tenía que ser, naturalmente, para la razón, el emprender el camino seguro de la ciencia, habiendo de ocuparse no sólo de sí misma sino de objetos. Por eso la lógica, como propedéutica, constituye solo por decirlo así el vestíbulo de las ciencias y cuando se habla de conocimientos, se supone ciertamente una lógica para el juicio de los mismos, pero su adquisición ha de buscarse en las propias y objetivamente llamadas ciencias. Ahora bien, por cuanto en estas ha de haber razón, es preciso que en ellas algo sea conocido a priori, y su conocimiento puede referirse al objeto de dos maneras: o bien para determinar simplemente el objeto y su concepto (que tiene que ser dado por otra parte) o también para hacerlo real. El primero es conocimiento teórico, el segundo conocimiento práctico de la razón. La parte pura de ambos, contenga mucho o contenga poco, es decir, la parte en donde la razón determina su objeto completamente a priori, tiene que ser primero expuesta sola, sin mezclarle lo que procede de otras fuentes; pues administra mal quien gasta ciegamente los ingresos, sin poder distinguir luego, en los apuros, qué parte de los ingresos puede soportar el gasto y qué otra parte hay que librar de él. La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón que deben determinar sus objetos a priori; la primera con entera pureza, la segunda con pureza al menos parcial, pero entonces según la medida de otras fuentes cognoscitivas que las de la razón. La matemática ha marchado por el camino seguro de una ciencia, desde los tiempos más remotos que alcanza la historia de la razón humana, en el admirable pueblo griego. Mas no hay que pensar que le haya sido tan fácil como a la lógica, en donde la razón no tiene que habérselas más que consigo misma, encontrar o mejor dicho abrirse ese camino real; más bien creo que ha permanecido durante largo tiempo en meros tanteos (sobre todo entre los egipcios) y que ese cambio es de atribuir a una revolución, que la feliz ocurrencia de un sólo hombre llevó a cabo, en un ensayo, a partir del cual, el carril que había de tornarse ya no podía fallar y la marcha segura de una ciencia quedaba para todo tiempo y en infinita lejanía, emprendida y señalada. La historia de esa revolución del pensamiento, mucho más importante que el descubrimiento del camino para doblar el célebre cabo, y la del afortunado que la llevó a bien, no nos ha sido conservada. Sin embargo, la leyenda que nos trasmite Diógenes Laercio, quien nombra al supuesto descubridor de los elementos mínimos de las demostraciones geométricas, elementos que, según el juicio común, no necesitan siquiera de prueba, demuestra que el recuerdo del cambio efectuado por el primer descubrimiento de este nuevo camino, debió parecer extraordinariamente importante a los matemáticos y por eso se hizo inolvidable. El primero que demostró el triángulo isósceles (háyase llamado Thales o como se quiera), percibió una luz nueva; pues encontró que no tenía que inquirir lo que veía en la figura o aún en el mero concepto de ella y por decirlo así aprender de ella sus propiedades, sino que tenía que producirla, por medio de lo que, según conceptos, él mismo había pensado y expuesto en ella a priori (por construcción), y que para saber seguramente algo a priori, no debía atribuir nada a la cosa, a no ser lo que se sigue necesariamente de aquello que él mismo, conformemente a su concepto, hubiese puesto en ella. La física tardó mucho más tiempo en encontrar el camino de la ciencia; pues no hace más que siglo y medio que la propuesta del judicioso Bacon de Verulam ocasionó en parte - o quizá más bien dio vida, pues ya se andaba tras él- el descubrimiento, que puede igualmente explicarse por una rápida revolución antecedente en el pensamiento. Voy a ocuparme aquí de la física sólo en cuanto se funda sobre principios empíricos. Cuando Galileo hizo rodar por el plano inclinado las bolas cuyo peso había él mismo determinado; cuando Torricelli hizo soportar al aire un peso que de antemano había pensado igual al de una determinada columna de agua; cuando más tarde Stahl transformó metales en cal y ésta a su vez en metal, sustrayéndoles y devolviéndoles algo, entonces percibieron todos los físicos una luz nueva. Comprendieron que la razón no conoce más que lo que ella misma produce según su bosquejo; que debe adelantarse con principios de sus juicios, según leyes constantes, y obligar a la naturaleza a contestar a sus preguntas, no empero dejarse conducir como con andadores; pues de otro modo, las observaciones contingentes, los hechos sin ningún plan bosquejado de antemano, no pueden venir a conexión en una ley necesaria, que es sin embargo lo que la razón busca y necesita. La razón debe acudir a la naturaleza llevando en una mano sus principios, según los cuales tan sólo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de leyes, y en la otra el experimento, pensado según aquellos principios; así conseguirá ser instruida por la naturaleza, mas no en calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino en la de juez autorizado, que obliga a los testigos a contestar a las preguntas que les hace. Y así la misma física debe tan provechosa revolución de su pensamiento, a la ocurrencia de buscar (no imaginar) en la naturaleza, conformemente a lo que la razón misma ha puesto en ella, lo que ha de aprender de ella y de lo cual por si misma no sabría nada. Solo así ha logrado la física entrar en el camino seguro de una ciencia, cuando durante tantos siglos no había sido más que un mero tanteo. La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, enteramente aislado, que se alza por encima de las enseñanzas de la experiencia, mediante meros conceptos (no como la matemática mediante aplicación de los mismos a la intuición), y en donde por tanto la razón debe ser su propio discípulo, no ha tenido hasta ahora la fortuna de emprender la marcha segura de una ciencia; a pesar de ser más vieja que todas las demás y a pesar de que subsistiría aunque todas las demás tuvieran que desaparecer enteramente, sumidas en el abismo de una barbarie destructora. Pues en ella tropieza la razón continuamente, incluso cuando quiere conocer a priori (según pretende) aquellas leyes que la experiencia más ordinaria confirma. En ella hay que deshacer mil veces el camino, porque se encuentra que no conduce a donde se quiere; y en lo que se refiere a la unanimidad de sus partidarios, tan lejos está aún de ella, que más bien es un terreno que parece propiamente destinado a que ellos ejerciten sus fuerzas en un torneo, en donde ningún campeón ha podido nunca hacer la más mínima conquista y fundar sobre su victoria una duradera posesión. No hay pues duda alguna de que su método, hasta aquí, ha sido un mero tanteo y, lo que es peor, un tanteo entre meros conceptos. Ahora bien ¿a qué obedece que no se haya podido aún encontrar aquí un camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? Mas ¿por qué la naturaleza ha introducido en nuestra razón la incansable tendencia a buscarlo como uno de sus más importantes asuntos? Y aún más ¡cuán poco motivo tenemos para confiar en nuestra razón, si, en una de las partes más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos entretiene con ilusiones, para acabar engañándonos! O bien, si solo es que hasta ahora se ha fallado la buena vía, ¿qué señales nos permiten esperar que en una nueva investigación seremos más felices que lo han sido otros antes? Yo debiera creer que los ejemplos de la matemática y de la física, ciencias que, por una revolución llevada a cabo de una vez, han llegado a ser lo que ahora son, serían bastante notables para hacernos reflexionar sobre la parte esencial de la transformación del pensamiento que ha sido para ellas tan provechosa y se imitase aquí esos ejemplos, al menos como ensayo, en cuanto lo permite su analogía, como conocimientos de razón, con la Metafísica. Hasta ahora se admitía que todo nuestro conocimiento tenía que regirse por los objetos; pero todos los ensayos, para decidir a priori algo sobre estos, mediante conceptos, por donde sería extendido nuestro conocimiento, aniquilábanse en esa suposición. Ensáyese pues una vez si no adelantaremos más en los problemas de la metafísica, admitiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro conocimiento, lo cual concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, que establezca algo sobre ellos antes de que nos sean dados. Ocurre con esto como con el primer pensamiento de Copérnico quien, no consiguiendo explicar bien los movimientos celestes si admitía que la masa toda de las estrellas daba vueltas alrededor del espectador, ensayó si no tendría mayor éxito haciendo al espectador dar vueltas y dejando en cambio las estrellas inmóviles. En la metafísica se puede hacer un ensayo semejante, por lo que se refiere a la intuición de los objetos. Si la intuición tuviera que regirse por la constitución de los objetos, no comprendo como se pueda a priori saber algo de ella. ¿Rígese empero el objeto (como objeto de los sentidos) por la constitución de nuestra facultad de intuición?, entonces puedo muy bien representarme esa posibilidad. Pero como no puedo permanecer atenido a esas intuiciones, si han de llegar a ser conocimientos, sino que tengo que referirlas, como representaciones, a algo como objeto, y determinar este mediante aquéllas, puedo por tanto: o bien admitir que los conceptos, mediante los cuales llevo a cabo esa determinación, se rigen también por el objeto y entonces caigo de nuevo en la misma perplejidad sobre el modo como pueda saber a priori algo de él; o bien admitir que los objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia, en donde tan sólo son ellos (como objetos dados) conocidos, se rige por esos conceptos y entonces veo en seguida una explicación fácil; porque la experiencia misma es un modo de conocimiento que exige entendimiento, cuya regla debo suponer en mí, aún antes de que me sean dados objetos, por lo tanto a priori, regla que se expresa en conceptos a priori, por los que tienen pues que regirse necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que tienen que concordar. En lo que concierne a los objetos, en cuanto son pensados sólo por la razón y necesariamente, pero sin poder (al menos tales como la razón los piensa) ser dados en la experiencia, proporcionarán, según esto, los ensayos de pensarlos (pues desde luego han de poderse pensar) una magnífica comprobación de lo que admitimos como método transformado del pensamiento, a saber: que no conocemos a priori de las cosas más que lo que nosotros mismos ponemos en ellas. Este ensayo tiene un éxito conforme al deseo y promete a la metafísica, en su primera parte (es decir en la que se ocupa de conceptos a priori, cuyos objetos correspondientes pueden ser dados en la experiencia en conformidad con ellos), la marcha segura de una ciencia. Pues según este cambio del modo de pensar, puede explicarse muy bien la posibilidad de un conocimiento a priori y, más aún, proveer de pruebas satisfactorias las leyes que están a priori a la base de la naturaleza, como conjunto de los objetos de la experiencia; ambas cosas eran imposibles según el modo de proceder hasta ahora seguido. Pero de esta deducción de nuestra facultad de conocer a priori, en la primera parte de la metafísica, despréndese un resultado extraño y al parecer muy desventajoso para el fin total de la misma, que ocupa la segunda parte, y es a saber: que con esa facultad no podemos salir jamás de los límites de una experiencia posible, cosa empero que es precisamente el afán más importante de esa ciencia. Pero en esto justamente consiste el experimento para comprobar la verdad del resultado de aquella primera apreciación de nuestro conocimiento a priori de razón, a saber: que éste se aplica sólo a los fenómenos y, en cambio considera la cosa en sí misma, si bien real por sí, como desconocida para nosotros. Pues lo que nos impulsa a ir necesariamente más allá de los límites de la experiencia y de todos los fenómenos, es lo incondicionado, que necesariamente y con pleno derecho pide la razón, en las cosas en sí mismas, para todo condicionado, exigiendo así la serie completa de las condiciones. Ahora bien, ¿encuéntrase que, si admitimos que nuestro conocimiento de experiencia se rige por los objetos como cosas en sí mismas, lo incondicionado no pude ser pensado sin contradicción; y que en cambio, desaparece la contradicción, si admitimos que nuestra representación de las cosas, como ellas nos son dadas, no se rige por ellas como cosas en sí mismas, sino que más bien estos efectos, como fenómenos, se rigen por nuestro modo de representación? ¿Encuéntrase por consiguiente que lo incondicionado ha de hallarse no en las cosas en cuanto las conocemos (nos son dadas), pero sí en ellas en cuanto no las conocemos, o sea como cosas en sí mismas? Pues entonces se muestra que lo que al comienzo admitíamos solo por vía de ensayo, está fundado. Ahora bien, después de haber negado a la razón especulativa todo progreso en ese campo de lo suprasensible, quédanos por ensayar si ella no encuentra, en su conocimiento práctico, datos para determinar aquel concepto transcendente de razón, aquel concepto de lo incondicionado y, de esa manera, conformándose al deseo de la metafísica, llegar más allá de los límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori, aunque sólo en un sentido práctico. Con su proceder, la razón especulativa nos ha proporcionado por lo menos sitio para semejante ampliación, aunque haya tenido que dejarlo vacío, autorizándonos por tanto, más aún, exigiéndonos ella misma que lo llenemos, si podemos, con sus datos prácticos. En ese ensayo de variar el proceder que ha seguido hasta ahora la metafísica, emprendiendo con ella una completa revolución, según los ejemplos de los geómetras y físicos, consiste el asunto de esta crítica de la razón pura especulativa. Es un tratado del método, no un sistema de la ciencia misma; pero sin embargo, bosqueja el contorno todo de la ciencia, tanto en lo que se refiere a sus límites, como también a su completa articulación interior. Pues la razón pura especulativa tiene en sí esto de peculiar, que puede y debe medir su propia facultad, según la diferencia del modo como elige objetos para el pensar; que puede y debe enumerar completamente los diversos modos de proponerse problemas y así trazar el croquis entero de un sistema de metafísica. Porque, en lo que a lo primero atañe, nada puede ser atribuido a los objetos en el conocimiento a priori, sino lo que el sujeto pensante toma de sí mismo; y, en lo que toca a lo segundo, es la razón pura especulativa, con respecto a los principios del conocimiento, una unidad totalmente separada, subsistente por sí, en la cual cada uno de los miembros está, como en un cuerpo organizado, para todos los demás, y todos para uno, y ningún principio puede ser tomado con seguridad, en una relación, sin haberlo al mismo tiempo investigado en la relación general con todo el uso puro de la razón. Por eso tiene la metafísica una rara fortuna, de la que no participa ninguna otra ciencia de razón que trate de objetos (pues la lógica ocúpase sólo de la forma del pensamiento en general); y es que si por medio de esta crítica queda encarrilada en la marcha segura de una ciencia, puede comprender enteramente el campo de los conocimientos a ella pertenecientes y terminar por tanto su obra, dejándola para el uso de la posteridad, como una construcción completa; porque no trata más que de principios de las limitaciones de su uso, que son determinadas por aquellos mismos. A esa integridad está pues obligada como ciencia fundamental, de ella debe poder decirse: nil actum reputans, si quid superesset agendum. Pero se preguntará: ¿cuál es ese tesoro que pensamos dejar a la posteridad con semejante metafísica, depurada por la crítica, y por ella también reducida a un estado inmutable? En una pasajera inspección de esta obra, se creerá percibir que su utilidad no es más que negativa, la de no atrevernos nunca, con la razón especulativa, a salir de los límites de la experiencia; y en realidad tal es su primera utilidad. Ésta empero se torna pronto en positiva, por cuanto se advierte que esos principios, con que la razón especulativa se atreve a salir de sus límites, tienen por indeclinable consecuencia, en realidad, no una ampliación, sino, considerándolos más de cerca, una reducción de nuestro uso de la razón; ya que ellos realmente amenazan ampliar descomedidamente los límites de la sensibilidad, a que pertenecen propiamente, y suprimir así del todo el uso puro (práctico) de la razón. Por eso una crítica que limita la sensibilidad, si bien en este sentido es negativa, sin embargo, en realidad, como elimina de ese modo al mismo tiempo un obstáculo que limita y hasta amenaza aniquilar el uso puro práctico, resulta de una utilidad positiva, y muy importante, tan pronto como se adquiere la convicción de que hay un uso práctico absolutamente necesario de la razón pura (el moral), en el cual ésta se amplía inevitablemente más allá de los límites de la sensibilidad; para ello no necesita, es cierto, ayuda alguna de la especulativa, pero sin embargo, tiene que estar asegurada contra su reacción, para no caer en contradicción consigo misma. Disputar a este servicio de la crítica su utilidad positiva, sería tanto como decir que la policía no tiene utilidad positiva alguna, pues que su ocupación principal no es más que poner un freno a las violencias que los ciudadanos pueden temer unos de otros, para que cada uno vaque a sus asuntos en paz y seguridad. Que espacio y tiempo son solo formas de la intuición sensible, y por tanto sólo condiciones de la existencia de las cosas como fenómenos; que nosotros además no tenemos conceptos del entendimiento y por tanto tampoco elementos para el conocimiento de las cosas, sino en cuanto a esos conceptos puede serles dada una intuición correspondiente; que consiguientemente nosotros no podemos tener conocimiento de un objeto como cosa en sí misma, sino sólo en cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es decir como fenómeno; todo esto queda demostrado en la parte analítica de la Crítica. De donde se sigue desde luego la limitación de todo posible conocimiento especulativo de la razón a los meros objetos de la experiencia. Sin embargo, y esto debe notarse bien, queda siempre la reserva de que esos mismos objetos, como cosas en sí, aunque no podemos conocerlos, podemos al menos pensarlos. Pues si no, seguiríase la proposición absurda de que habría fenómeno sin algo que aparece. Ahora bien vamos a admitir que no se hubiere hecho la distinción, que nuestra Crítica ha considerado necesaria, entre las cosas como objetos de la experiencia y esas mismas cosas como cosas en sí. Entonces el principio de la casualidad y por tanto el mecanismo de la naturaleza en la determinación de la misma, tendría que valer para todas las cosas en general como causas eficientes. Por lo tanto, de uno y el mismo ser, v. g. del alma humana, no podría yo decir que su voluntad es libre y que al mismo tiempo, sin embargo, está sometida a la necesidad natural, es decir, que no es libre, sin caer en una contradicción manifiesta; porque habría tomado el alma, en ambas proposiciones, en una y la misma significación, a saber, como cosa en general (como cosa en sí misma). Y, sin previa crítica, no podría tampoco hacer de otro modo. Pero si la Crítica no ha errado, enseñando a tomar el objeto en dos significaciones, a saber como fenómeno y como cosa en sí misma; si la deducción de sus conceptos del entendimiento es exacta y por tanto el principio de la casualidad se refiere sólo a las cosas tomadas en el primer sentido, es decir a objetos de la experiencia, sin que estas cosas en su segunda significación le estén sometidas; entonces una y la misma voluntad es pensada, en el fenómeno (las acciones visibles), como necesariamente conforme a la ley de la naturaleza y en este sentido como no libre, y sin embargo, por otra parte, en cuanto pertenece a una cosa en sí misma, como no sometida a esa ley y por tanto como libre, sin que aquí se cometa contradicción. Ahora bien, aunque mi alma, considerada en este último aspecto, no la puedo conocer por razón especulativa (y menos aún por la observación empírica), ni por tanto puedo tampoco conocer la libertad, como propiedad de un ser a quien atribuyo efectos en el mundo sensible, porque tendría que conocer ese ser como determinado según su existencia, y, sin embargo, no en el tiempo (cosa imposible, pues no puedo poner intuición alguna bajo mi concepto), sin embargo, puedo pensar la libertad, es decir que la representación de ésta no encierra contradicción alguna, si son ciertas nuestra distinción crítica de ambos modos de representación (el sensible y el intelectual) y la limitación consiguiente de los conceptos puros del entendimiento y por tanto de los principios que de ellos dimanan. Ahora bien, supongamos que la moral presupone necesariamente la libertad (en el sentido más estricto) como propiedad de nuestra voluntad, porque alega a priori principios que residen originariamente en nuestra razón, como datos de ésta, y que serían absolutamente imposibles sin la suposición de la libertad; supongamos que la razón especulativa haya demostrado, sin embargo, que la libertad no se puede pensar en modo alguno, entonces necesariamente aquella presuposición, es decir la moral, debería ceder ante ésta, cuyo contrario encierra una contradicción manifiesta, y por consiguiente la libertad y con ella la moralidad (pues su contrario no encierra contradicción alguna, a no ser que se haya ya presupuesto la libertad) deberían dejar el sitio al mecanismo natural. Mas para la moral no necesito más sino que la libertad no se contradiga a sí misma y que, por tanto, al menos sea pensable, sin necesidad de penetrarla más, y que no ponga pues obstáculo alguno al mecanismo natural de una y la misma acción (tomada en otra relación); resulta pues, que la teoría de la moralidad mantiene su puesto y la teoría de la naturaleza el suyo, cosa que no hubiera podido ocurrir si la crítica no nos hubiera previamente enseñado nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas y no hubiera limitado a meros fenómenos lo que podemos conocer teóricamente. Esta misma explicación de la utilidad positiva de los principios críticos de la razón pura, puede hacerse con respecto al concepto de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma. La omito sin embargo, en consideración a la brevedad. Así pues, no puedo siquiera admitir Dios, la libertad y la inmortalidad para el uso práctico necesario de mi razón, como no cercene al mismo tiempo a la razón especulativa su pretensión de conocimientos transcendentes. Porque ésta, para llegar a tales conocimientos, tiene que servirse de principios que no alcanzan en realidad más que a objetos de la experiencia posible, y por tanto, cuando son aplicados, sin embargo, a lo que no puede ser objeto de la experiencia, lo transforman realmente siempre en fenómeno y declaran así imposible toda ampliación práctica de la razón pura. Tuve pues que anular el saber, para reservar un sitio a la fe; y el dogmatismo de la metafísica, es decir el prejuicio de que puede avanzarse en metafísica, sin crítica de la razón pura, es la verdadera fuente de todo descreimiento opuesto a la moralidad, que siempre es muy dogmático. Así pues, no siendo difícil, con una metafísica sistemática, compuesta según la pauta señalada por la crítica de la razón pura, dejar un legado a la posteridad, no es éste un presente poco estimable. Basta comparar lo que es la cultura de la razón mediante la marcha segura de una ciencia, con el tanteo sin fundamento y el vagabundeo superficial de la misma sin crítica; o advertir también cuanto mejor empleará aquí su tiempo una juventud deseosa de saber, que en el dogmatismo corriente, que inspira tan tempranos y poderosos alientos, ya para sutilizar cómodamente sobre cosas de que no entiende nada y en las que no puede, como no puede nadie en el mundo, conocer nada, ya para acabar inventando nuevos pensamientos y opiniones, sin cuidarse de aprender las ciencias exactas. Pero sobre todo se reconocerá el valor de la crítica, si se tiene en cuenta la inapreciable ventaja de poner un término, para todo el porvenir, a los ataques contra la moralidad y la religión, de un modo socrático, es decir por medio de la prueba clara de la ignorancia de los adversarios. Pues alguna metafísica ha habido siempre en el mundo y habrá de haber en adelante; pero con ella también surgirá una dialéctica de la razón pura, pues es natural a ésta. Es pues el primer y más importante asunto de la filosofía, quitarle todo influjo desventajoso, de una vez para siempre, cegando la fuente de los errores. Tras esta variación importante en el campo de las ciencias y la pérdida que de sus posesiones, hasta aquí imaginadas, tiene que soportar la razón especulativa, todo lo que toca al interés universal humano y a la utilidad que el mundo ha sacado hasta hoy de las enseñanzas de la razón pura, sigue en el mismo provechoso estado en que estuvo siempre. La pérdida alcanza sólo al monopolio de las escuelas, pero de ningún modo al interés de los hombres. Yo pregunto al dogmático más inflexible si la prueba de la duración de nuestra alma después de la muerte, por la simplicidad de la substancia; si la de la libertad de la voluntad contra el mecanismo universal, por las sutiles, bien que impotentes distinciones entre necesidad práctica subjetiva y objetiva; si la de la existencia de Dios por el concepto de un ente realísimo (de la contingencia de lo variable y de la necesidad de un primer motor) han llegado jamás al público, después de salir de las escuelas y han tenido la menor influencia en la convicción de las gentes. Y si esto no ha ocurrido, ni puede tampoco esperarse nunca, por lo inadecuado que es el entendimiento ordinario del hombre para tan sutil especulación; sí, en cambio, en lo que se refiere al alma, la disposición que todo hombre nota en su naturaleza, de no poder nunca satisfacerse con lo temporal (como insuficiente para las disposiciones de todo su destino) ha tenido por sí sola que dar nacimiento a la esperanza de una vida futura; si en lo que se refiere a la libertad, la mera presentación clara de los deberes, en oposición a las pretensiones todas de las inclinaciones, ha tenido por sí sola que producir la conciencia de la libertad; si, finalmente en lo que a Dios se refiere, la magnífica ordenación, la belleza y providencia que brillan por toda la naturaleza ha tenido, por sí sola, que producir la fe en un sabio y grande creador del mundo, convicción que se extiende en el público en cuanto descansa en fundamentos racionales; entonces estas posesiones no sólo siguen sin ser estorbadas, sino que ganan más bien autoridad, porque las escuelas aprenden, desde ahora, a no preciarse de tener, en un punto que toca al interés universal humano, un conocimiento más elevado y amplio que el que la gran masa (para nosotros dignísima de respeto) puede alcanzar tan fácilmente, y a limitarse por tanto a cultivar tan sólo esas pruebas universalmente comprensibles y suficientes en el sentido moral. La variación se refiere pues solamente a las arrogantes pretensiones de las escuelas, que desean en esto (como hacen con razón en otras muchas cosas) se las tenga por únicas conocedoras y guardadoras de semejantes verdades, de las cuales sólo comunican al público el uso, y guardan para sí la clave (quodmecum nescit, solus vult scire videri). Sin embargo se ha tenido en cuenta aquí una equitativa pretensión del filósofo especulativo. Éste sigue siempre siendo el exclusivo depositario de una ciencia, útil al público que la ignora, a saber, la crítica de la razón, que no puede nunca hacerse popular. Pero tampoco necesita serlo; porque, así como el pueblo no puede dar entrada en su cabeza como verdades útiles, a los bien tejidos argumentos, de igual modo nunca llegan a su sentido las objeciones contra ellos, no menos sutiles. En cambio, como la escuela y asimismo todo hombre que se eleve a la especulación, cae inevitablemente en argumentos y réplicas, está aquella crítica obligada a prevenir de una vez para siempre, por medio de una investigación fundamentada de los derechos de la razón especulativa, el escándalo que tarde o temprano ha de sentir el pueblo, por las discusiones en que los metafísicos (y, como tales, también al fin los sacerdotes) sin crítica se complican irremediablemente y que falsean después sus mismas doctrinas. Sólo por medio de esta crítica pueden cortarse de raíz el materialismo, el fatalismo, el ateísmo, el descreimiento de los librepensadores, el misticismo y la superstición, que pueden ser universalmente dañinos, finalmente también el idealismo y el escepticismo, que son peligros más para las escuelas y que no pueden fácilmente llegar al público. Si los gobiernos encuentran oportuno el ocuparse de los negocios de los sabios, lo más conforme a su solícita presidencia sería, para las ciencias como para los hombres, favorecer la libertad de una crítica semejante, única que puede dar a las construcciones de la razón un suelo firme, que sostener el ridículo despotismo de las escuelas, que levantan una gran gritería sobre los peligros públicos, cuando se rasga su tejido, que el público sin embargo, jamás ha conocido y cuya pérdida por lo tanto no puede nunca sentir. La crítica no se opone al proceder dogmático de la razón en su conocimiento puro como ciencia (pues ésta ha de ser siempre dogmática, es decir, estrictamente demostrativa por principios a priori, seguros), sino al dogmatismo, es decir, a la pretensión de salir adelante sólo con un conocimiento puro por conceptos (el filosófico), según principios tales como la razón tiene en uso desde hace tiempo, sin informarse del modo y del derecho con que llega a ellos. Dogmatismo es, pues, el proceder dogmático de la razón pura, sin previa crítica de su propia facultad. Esta oposición, por lo tanto, no ha de favorecer la superficialidad charlatana que se otorga el pretencioso nombre de ciencia popular, ni al escepticismo, que despacha la metafísica toda en breves instantes. La crítica es más bien el arreglo previo necesario para el momento de una bien fundada metafísica, como ciencia, que ha de ser desarrollada por fuerza dogmáticamente, y según la exigencia estricta, sistemáticamente, y, por lo tanto, conforme a escuela (no popularmente). Exigir esto a la crítica es imprescindible, ya que se obliga a llevar su asunto completamente a priori, por tanto a entera satisfacción de la razón especulativa. En el desarrollo de ese plan, que la crítica prescribe, es decir, en el futuro sistema de la metafísica, debemos, pues, seguir el severo método del famoso Wolf, el más grande de todos los filósofos dogmáticos, que dio el primero el ejemplo (y así creó el espíritu de solidez científica, aún vivo en Alemania) de cómo, estableciendo regularmente los principios, determinando claramente los conceptos, administrando severamente las demostraciones y evitando audaces saltos en las consecuencias, puede emprenderse la marcha segura de una ciencia. Y por eso mismo fuera él superiormente hábil para poner en esa situación una ciencia como la metafísica, si se le hubiera ocurrido prepararse el campo previamente por medio de una crítica del órgano, es decir, de la razón pura misma: defecto que no hay que atribuir tanto a él como al modo de pensar dogmático de su tiempo y sobre el cual los filósofos de este, como de los anteriores tiempos, nada tienen que echarse en cara. Los que rechacen su modo de enseñar y al mismo tiempo también el proceder de la crítica de la razón pura, no pueden proponerse otra cosa que rechazar las trabas de la Ciencia, transformar el trabajo en juego, la certeza en opinión y la filosofía en filodoxia. Por lo que se refiere a esta segunda edición, no he querido, como es justo, dejar pasar la ocasión, sin corregir en lo posible las dificultades u obscuridades de donde puede haber surgido más de una mala interpretación que hombres penetrantes, quizá no sin culpa mía, han encontrado al juzgar este libro. En las proposiciones mismas y sus pruebas, así como en la forma e integridad del plan, nada he encontrado que cambiar; cosa que atribuyo en parte al largo examen a que los he sometido antes de presentar este libro al público, y en parte también a la constitución de la cosa misma, es decir a la naturaleza de una razón pura especulativa, que tiene una verdadera estructura, donde todo es órgano, es decir donde todos están para uno y cada uno para todos y donde, por tanto, toda debilidad por pequeña que sea, falta (error) o defecto, tiene que advertirse imprescindiblemente en el uso. Con esta inmutabilidad se afirmará también según espero, este sistema en adelante. Esta confianza la justifica no la presunción, sino la evidencia que produce el experimento, por la igualdad del resultado cuando partimos de los elementos mínimos hasta llegar al todo de la razón pura y cuando retrocedemos del todo (pues éste también es dado por sí mediante el propósito final en lo práctico) a cada parte, ya que el ensayo de variar aún sólo la parte más pequeña, introduce enseguida contradicciones no sólo en el sistema, sino en la razón universal humana. Pero en la exposición hay aún mucho que hacer y he intentado en esta edición correcciones que han de poner remedio a la mala inteligencia de la estética (sobre todo en el concepto del tiempo) a la obscuridad de la deducción de los conceptos del entendimiento, al supuesto defecto de suficiente evidencia en las pruebas de los principios del entendimiento puro, y finalmente a la mala interpretación de los paralogismos que preceden a la psicología racional. Hasta aquí (es decir hasta el final del capítulo primero de la dialéctica transcendental) y no más, extiéndense los cambios introducidos en el modo de exposición, porque el tiempo me venía corto y, en lo que quedaba por revisar, no han incurrido en ninguna mala inteligencia quienes han examinado la obra con conocimiento del asunto y con imparcialidad. Éstos, aun que no puedo nombrarlos aquí con las alabanzas a que son acreedores, notarán por sí mismos en los respectivos lugares, la consideración con que he escuchado sus observaciones. Esa corrección ha sido causa empero de una pequeña pérdida para el lector, y no había medio de evitarla, sin hacer el libro demasiado voluminoso. Consiste en que varias cosas que, si bien no pertenecen esencialmente a la integridad del todo, pudiera, sin embargo, más de un lector echarlas de menos con disgusto, porque pueden ser útiles en otro sentido, han tenido que ser suprimidas o compendiadas, para dar lugar a esta exposición, más comprensible ahora, según yo espero. En el fondo, con respecto a las proposiciones e incluso a sus pruebas, esta exposición no varía absolutamente nada. Pero en el método de presentarlas, apártase de vez en cuando de la anterior de tal modo, que no se podía llevar a cabo por medio de nuevas adiciones. Esta pequeña pérdida que puede además subsanarse, cuando se quiera, con solo cotejar esta edición con la primera queda compensada con creces, según yo espero, por la mayor comprensibilidad de ésta. He notado, con alegría, en varios escritos públicos (ora con ocasión de dar cuenta de algunos libros, ora en tratados particulares), que el espíritu de exactitud no ha muerto en Alemania. La gritería de la nueva moda, que practica una genial libertad en el pensar, lo ha pagado tan sólo por poco tiempo, y los espinosos senderos de la crítica, que conducen a una ciencia de la razón pura, ciencia de escuela, pero sólo así duradera y por ende altamente necesaria, no han impedido a valerosos clarividentes ingenios, adueñarse de ella. A estos hombres de mérito, que unen felizmente a la profundidad del conocimiento el talento de una exposición luminosa (talento de que yo precisamente carezco), abandono la tarea de acabar mi trabajo, que en ese respecto puede todavía dejar aquí o allá algo que desear; pues el peligro, en este caso, no es el de ser refutado, sino el de no ser comprendido. Por mi parte no puedo de aquí en adelante entrar en discusiones, aunque atenderé con sumo cuidado a todas las indicaciones de amigos y de enemigos, para utilizarlas en el futuro desarrollo del sistema, conforme a esta propedéutica. Cógenme estos trabajos en edad bastante avanzada (en este mes cumplo sesenta y cuatro años); y si quiero realizar mi propósito, que es publicar la metafísica de la naturaleza y la de la moralidad, como confirmación de la exactitud de la crítica de la razón especulativa y la de la práctica, he de emplear mi tiempo con economía, y confiarme, tanto para la aclaración de las obscuridades, inevitables al principio en esta obra, como para la defensa del todo, a los distinguidos ingenios, que se han compenetrado con mi labor. Todo discurso filosófico puede ser herido en algún sitio aislado (pues no puede presentarse tan acorazado como el discurso matemático); pero la estructura del sistema, considerada en unidad, no corre con ello el menor peligro, y abarcarla con la mirada, cuando el sistema es nuevo, es cosa para la cual hay pocos que tengan la aptitud del espíritu y, menos aún, que posean el gusto de usarla, porque toda innovación les incomoda. También, cuando se arrancan trozos aislados y se separan del conjunto, para compararlos después unos con otros, pueden descubrirse en todo escrito, y más aún si se desarrolla en libre discurso, contradicciones aparentes, que a los ojos de quien se confía al juicio de otros, lanzan una luz muy desfavorable sobre el libro. Pero quien se haya adueñado de la idea del todo, podrá resolverlas muy fácilmente. Cuando una teoría tiene consistencia, las acciones y reacciones que al principio la amenazaban con grandes peligros, sirven, con el tiempo, solo para aplanar sus asperezas y si hombres de imparcialidad, conocimiento y verdadera popularidad se ocupan de ella, proporciónanle también en poco tiempo la necesaria elegancia. 


Königsberg, Abril de 1787.


martes, 5 de mayo de 2020

Ética. Subjetivismo.

Subjetivismo (Relativismo)

El subjetivismo enseña que no existen verdades morales objetivas a descubrir.

-No existen hechos morales objetivos. Por lo tanto, "asesinar es incorrecto" no puede ser objetivamente verdadero.

Muchas formas de subjetivismo van un poco más lejos y sostienen que los enunciados morales describen cómo se siente el hablante sobre una cuestión ética en particular.

- Los enunciados morales son solo declaraciones fácticas sobre las actitudes del hablante respecto a cierta cuestión.
- Entonces, cuando enuncio la oración "Mentir está mal",  no hago más que hablar sobre el hecho de que desapruebo la mentira.

Algunas formas de subjetivismo generalizan esta idea:

- Los enunciados morales son solo declaraciones de hecho sobre la actitud que los seres humanos normales tienen acerca de un tema en particular.

Y esto puede conducirnos finalmente a la siguiente conclusión sobre las verdades morales:

- Los juicios morales dependen de los sentimientos y actitudes de las personas que piensan sobre tales cuestiones.

Puntos a favor del subjetivismo


Refleja los elementos subjetivos de la moralidad

-Refleja la estrecha relación entre la moralidad y los sentimientos y opiniones de las personas; en efecto, puede ayudarnos a lidiar con los puntos de vista contradictorios sobre la moral contra los cuales a veces nos encontramos luchando.

Refleja los elementos evaluativos de las declaraciones morales

- Las declaraciones morales en la vida cotidiana hacen juicios ("mentir está mal"), las enunciados sobre hechos ("los gatos tienen pelaje") no.

Muestra que los juicios morales comunican desaprobación

- Refleja las expresiones de aprobación y desaprobación que parece coincidir con la formulación cotidiana de declaraciones morales.

Puede clarificar acerca qué se está discutiendo

- El subjetivismo puede hacer visible que los desacuerdos sobre lo correcto o incorrecto, en lo referente a alguna cuestión, no se tratan realmente de alguna clase de verdad objetiva, sino más bien de las preferencias personales que tienen quienes polemizan.

Refleja las intenciones persuasivas detrás de las discusiones éticas

- El subjetivismo también puede permitir que quienes participan en argumentos morales tomen consciencia de que no necesariamente están discutiendo sobre verdades objetivas, sino tratando de persuadir a al oponente para que adopte su punto de vista.

Puntos negativos del subjetivismo

El problema con el subjetivismo es que parece implicar que las declaraciones morales son menos significativas de lo que la mayoría de las personas piensan que son. Por supuesto, esto puede ser cierto sin hacer que las declaraciones morales sean insignificantes.

"Si apruebo algo, debe ser bueno"

- El subjetivismo parece decirnos que las declaraciones morales sólo dan información sobre nuestros sentimientos respecto a los problemas morales.

- Si la forma más simple de subjetivismo es verdadera, entonces, cuando alguien que realmente aprueba decir mentiras dice "mentir es bueno", esa afirmación moral es indiscutiblemente cierta. Solo sería falso si el orador no aprobara decir mentiras.

- Entonces, de acuerdo con esta teoría, parece que todo lo que tiene que hacer quien habla para demostrar que mentir es bueno es señalar muchas pruebas de que realmente se aprueba el mentir: tal vez diciendo muchas mentiras y sientiéndose bien al respecto, sorprendiéndose si alguien critica a los mentirosos, o alabando a menudo a quien miente.

-A muchos les parecería que esta forma de abordar la ética es inútil y no refleja la manera en que la mayoría de la gente habla y piensa sobre el asunto.

Los enunciados morales parecen más que declaraciones sobre sentimientos

- En general, si una persona dice que algo está mal, generalmente recibimos el mensaje de que desaprueba ese algo, pero la mayoría de nosotros probablemente pensamos que está haciendo algo más que contarnos sus sentimientos.

¿Cómo podemos responsabilizar a alguien si las verdades morales son siempre subjetivas?

- Si los enunciados morales carecen de toda verdad objetiva, entonces ¿cómo podemos responsabilizar a las personas por comportarse de una manera que 'está mal'? Es decir, si la afirmación "asesinar es malo" no tiene una verdad objetiva ¿cómo podemos justificar el castigo a los que asesinan?

- Una respuesta es que podemos justificar el castigo por asesinato sobre la base de la verdad objetiva de que la mayoría de la gente normal en la sociedad desaprueba el asesinato. Si hacemos esto, no deberíamos pretender que nuestra justificación se base en otra cosa que no sea la opinión de la mayoría.

Ética. Introducción General

¿Qué es la ética?

En su forma más simple, la ética es un sistema de principios morales. Ellos afectan cómo las personas toman decisiones y conducen sus vidas.

La ética se refiere a lo que es bueno para los individuos y la sociedad, y también se la denomina
filosofía moral.

El término se deriva de la palabra griega ethos que puede significar costumbre, hábito, carácter o disposición.

La ética cubre los siguientes dilemas:

-como vivir una buena vida
-nuestros derechos y responsabilidades
-el lenguaje de lo correcto y lo incorrecto
-decisiones morales: ¿qué es bueno y malo?

Nuestros conceptos de ética se han derivado de religiones, filosofías y culturas. De ellos emergen debates sobre temas como el aborto, los derechos humanos y la conducta profesional.

Enfoques de la ética.

Los filósofos de hoy en día tienden a dividir las teorías éticas en tres áreas: metaética, ética normativa y ética aplicada.

-La metaética trata con la naturaleza del juicio moral. Examina los orígenes y el significado de los principios éticos.

-La ética normativa se ocupa del contenido de los juicios morales y los criterios acerca de lo que está bien o mal.

-La ética aplicada analiza temas controvertidos como la guerra, los derechos de los animales y la pena capital.

¿De qué sirve la ética?

Para que las teorías éticas sean útiles en la práctica, deben afectar la forma en que los seres humanos se comportan.

Algunos filósofos piensan que la ética de hecho lo hace. Argumentan que si una persona se da cuenta de que sería moralmente bueno hacer algo, entonces sería irracional que no lo haga.

Pero los seres humanos a menudo se comportan de manera irracional: siguen su "instintos viscerales" incluso cuando su cabeza sugiere un curso de acción diferente.

Sin embargo, la ética sí proporciona buenas herramientas para pensar sobre cuestiones morales.

La ética puede proporcionar un mapa moral

La mayoría de los problemas morales nos alteran bastante: piense en el aborto y la eutanasia para empezar.

Debido a que tales cuestiones son tan emocionales, a menudo dejamos que nuestros corazones discutan mientras que nuestros cerebros simplemente siguen la corriente.

Pero hay otra forma de abordar estos problemas, y ahí es donde pueden entrar los filósofos: nos ofrecen reglas y principios éticos que nos permiten tener una visión más fría de los problemas morales.

Entonces, la ética nos proporciona un mapa moral, un marco que podemos usar para encontrar nuestro camino a través de problemas difíciles.

La ética puede señalar un desacuerdo

Desde el marco conceptual de la ética, dos personas que discuten un problema moral podrían descubrir a menudo que la cuestión controvertida es solo una parte específica del problema, y que están ampliamente de acuerdo en todo lo demás.

Eso puede quitarle mucho calor al argumento y, a veces, incluso insinuar una forma de resolver el problema.

Pero a veces la ética no proporciona a las personas el tipo de ayuda que realmente desean.

La ética no da respuestas correctas

La ética no siempre muestra la respuesta correcta a los problemas morales.

De hecho, cada vez más personas piensan que para muchos problemas éticos no existe una única respuesta correcta, sino solo un conjunto de principios que se pueden aplicar a casos particulares para dar a los involucrados algunas opciones claras.

Algunos filósofos van más allá y dicen que todo lo que la ética puede hacer es eliminar la confusión y aclarar los problemas. Después de eso, depende de cada individuo llegar a sus propias conclusiones.

La ética puede dar varias respuestas

Mucha gente desearía que exista una única respuesta correcta a las preguntas éticas. Les resulta difícil vivir con la ambigüedad moral porque realmente quieren hacer "lo correcto", e incluso si no pueden resolver qué sería lo correcto, les gusta pensar que, "en algún lugar", hay una respuesta correcta.

Pero a menudo no existe una única respuesta correcta: puede haber varias respuestas correctas, o solo algunas respuestas no tan malas, y el individuo debe elegir entre ellas.

Para otros, la ambigüedad moral es difícil porque los obliga a asumir la responsabilidad de sus propias elecciones y acciones, en lugar de recurrir a reglas y costumbres convenientes.

La ética y las  personas

La ética se trata del 'otro'

En el corazón de la ética hay una preocupación por algo o alguien que no seamos nosotros y nuestros propios deseos e intereses personales.

La ética tiene que ver con los intereses de otras personas, con los intereses de la sociedad, con los intereses de Dios, con los "bienes fundamentales", etc.

Entonces, cuando una persona "piensa éticamente", está pensando al menos en algo más allá de sí misma.

La ética como fuente de fortaleza grupal

Un problema con la ética es la forma en que a menudo se usa como arma.

Si un grupo cree que una actividad en particular está "mal", puede usar la moralidad como justificación para atacar a quienes practican esa actividad.

Cuando las personas hacen esto, a menudo ven a aquellos a quienes consideran inmorales como si, de alguna manera, fueran menos humanos o merecedores de respeto que ellos mismos; a veces con trágicas consecuencias.

Buenas acciones, pero también buenas personas

La ética no trata solo de la moralidad de acciones particulares, sino también de la bondad de los individuos y de lo que significa vivir una buena vida.

La ética de la virtud se ocupa especialmente del carácter moral de los seres humanos.

Buscando la fuente del bien y del mal

En tiempos pasados, hay quienes pensaron que los problemas éticos podían resolverse en alguna de las dos maneras siguientes:

1. descubriendo lo que Dios quería que la gente hiciera,
2. pensando rigurosamente en los principios y problemas morales.

Quien hiciera esto correctamente, podría llegar a la conclusión correcta.

Pero hoy en día, ni siquiera los filósofos están seguros de que sea posible idear una teoría ética satisfactoria y completa, al menos no una que nos permita arribar a conclusiones.

Los pensadores modernos a menudo enseñan que la ética no lleva a las personas a conclusiones sino a "decisiones".

Desde este punto de vista, el papel de la ética se limita a aclarar "lo que está en juego" en problemas éticos particulares.

La filosofía puede ayudar a identificar la gama de métodologías éticas, de argumentos y  de sistemas de valores que se pueden aplicar a un problema en particular. Pero después de aclarar estas cosas, cada persona debe tomar su propia decisión individual sobre qué hacer y luego reaccionar adecuadamente a las consecuencias.

¿Los enunciados éticos son objetivamente verdaderos?

¿Los enunciados éticos proporcionan información sobre algo más que las opiniones y actitudes humanas?

-Los realistas éticos piensan que los seres humanos descubren verdades éticas que ya poseen una existencia independiente previa.
-Los no realistas éticos piensan que los seres humanos inventan verdades éticas.

El problema para los realistas éticos es que las personas siguen muchos códigos éticos y creencias morales diferentes. Por lo cual, si existen verdades éticas reales (¡dondequiera que se encuentren!), entonces los seres humanos no parecen ser muy buenos para descubrirlas.

Una forma de realismo ético enseña que las propiedades éticas existen independientemente de los seres humanos, y que las declaraciones éticas dan conocimiento sobre el mundo objetivo. Para decirlo de otra manera, las propiedades éticas del mundo, y las cosas en él, existen y permanecen siendo lo que son independientemente de lo que las personas piensen o sientan, o de si las personas piensan o sienten algo acerca de ellas en absoluto.

A primera vista, [el realismo ético] es la opinión de que las cualidades morales, como la incorrección, y también los hechos morales, como el hecho de que un acto fue incorrecto, existen en rerum natura, de modo que, si uno dice que cierto acto fue incorrecto, está diciendo que existió, de alguna manera, en alguna parte, esta cualidad de incorrección, y que tenía que existir allí para que ese acto fuera incorrecto.
(R. M Hare, Ensayos sobre teoría ética, 1989.)

Cuatro 'ismos' éticos

Cuando una persona dice "el asesinato es malo", ¿qué está haciendo?

Ese es el tipo de pregunta que solo haría un filósofo, pero en realidad es una forma muy útil de tener una idea clara de lo que sucede cuando la gente habla sobre cuestiones morales.

Los diferentes 'ismos' consideran que la persona que pronuncia la declaración hace cosas diferentes.

Podemos señalar algunas de las diferentes cosas que podría estar haciendo al decir que "asesinar es malo", reescribiendo esa declaración para ilustrar la idea:

1. Podría estar haciendo una declaración sobre un hecho ético:
-"Está mal asesinar."
Esto es realismo moral.

2. Podría estar haciendo una declaración sobre mis propios sentimientos:
- "Desapruebo el asesinato."
Esto es subjetivismo.

3. Podría estar expresando mis sentimientos:
- "¡Fin a los asesinatos!"
Esto es emotivismo.

4. Podría estar dando una instrucción o una prohibición:
- "No asesines personas."
Esto es prescriptivismo.

Realismo moral

El realismo moral se basa en la idea de que existen hechos y verdades morales objetivamente reales en el universo. Los enunciados morales proporcionan información fáctica sobre esas verdades.

Subjetivismo

El subjetivismo enseña que los juicios morales no son más que declaraciones de los sentimientos o actitudes de una persona, y que las declaraciones éticas no contienen verdades objetivas sobre la bondad o la maldad.

Más detalladamente: los subjetivistas dicen que las declaraciones morales son declaraciones sobre los sentimientos, actitudes y emociones que esa persona o grupo en particular tiene sobre un tema en particular.

Si una persona dice que algo es bueno o malo, nos está contando sobre los sentimientos positivos o negativos que tiene sobre ese algo.

Entonces, si alguien dice "el asesinato está mal", nos están diciendo que desaprueban el asesinato. Estas declaraciones son ciertas si la persona tiene la actitud apropiada o tiene los sentimientos apropiados. Son falsas si la persona no los tiene.

Emotivismo

El emotivismo es la opinión de que las afirmaciones morales no son más que expresiones de aprobación o desaprobación.

Esto suena parecido al subjetivismo, pero en el emotivismo una declaración moral no proporciona información sobre los sentimientos del hablante sobre el tema, sino que expresa esos sentimientos.

Cuando un emotivista dice "el asesinato está mal" es como si dijera "¡abajo con el asesinato!" o "asesinato, ¡puaj!" o dijera simplemente "asesinato" mientras hace una mueca de horror, o un gesto con el pulgar hacia abajo mientras dice "el asesinato está mal".

Entonces, cuando alguien hace un juicio moral, exterioriza sus sentimientos sobre algo. Algunos teóricos también sugieren que al expresar un sentimiento la persona da instrucciones a otros sobre cómo actuar en relación con el tema.

Prescriptivismo

Los prescriptivistas piensan que las declaraciones éticas son instrucciones o recomendaciones.

Por lo tanto, si digo que algo es bueno, te recomiendo que lo hagas, y si digo que algo es malo, te ordeno que no lo hagas.

Casi siempre hay un elemento prescriptivo en cualquier declaración ética del mundo real: todo enunciado ético puede ser modificado (con poco esfuerzo) en otra afirmación con "debe". Por ejemplo: "mentir está mal" puede reescribirse como "la gente no debe decir mentiras".

¿De dónde viene la ética?

Los filósofos tienen varias respuestas a esta pregunta:

-Dios y la religión.
-La conciencia humana y la intuición.
-El análisis racional costo-beneficio de las acciones y sus efectos.
-El ejemplo de seres humanos buenos.
-Un deseo de lo mejor para las personas en cada situación particular.
-El poder politico.

Ética basada en Dios - sobrenaturalismo

El sobrenaturalismo considera la ética inseparable de la religión. Enseña que la única fuente de reglas morales es Dios.

Por lo tanto, algo es bueno porque Dios así lo dice, y la forma de llevar una vida buena es hacer lo que Dios quiere.

Intuicionismo

Los intuicionistas piensan que lo bueno y lo malo son propiedades objetivas reales que no se pueden dividir en partes componentes. Algo es bueno porque es bueno; su bondad no necesita justificación o prueba.

Los intuicionistas piensan que los adultos pueden detectar la bondad o la maldad; dicen que los seres humanos tienen un sentido moral intuitivo que les permite detectar verdades morales reales.

Piensan que las verdades morales básicas de lo que es bueno y malo son autoevidentes para una persona que dirige su mente hacia cuestiones morales.

Por lo tanto, es bueno aquello que una persona sensata percibe como bueno luego de reflexionar algún tiempo sobre el asunto.

Pero no hay que confundirse. Para el intuicionista:

-las verdades morales no se descubren mediante argumentos racionales;
-las verdades morales no se descubren mediante corazonadas;
-las verdades morales no se descubren mediante sentimientos.

Es más una especie de momento moral '¡ajá!': una aprehensión de la verdad.

Consecuencialismo

Esta es la teoría ética que la mayoría de las personas no religiosas creen que usan todos los días. Fundamenta la moralidad en las consecuencias de las acciones humanas y no en las acciones mismas.

El consecuencialismo enseña que las personas deben hacer lo que sea que produzca la mayor cantidad de consecuencias buenas.

Una forma famosa de decir esto es "el mayor bien para el mayor número de personas".

Las formas más comunes de consecuencialismo son las diversas versiones del utilitarismo, que favorecen las acciones que producen la mayor cantidad de felicidad.

A pesar de su obvio atractivo de sentido común, el consecuencialismo resulta ser una teoría complicada y no proporciona una solución completa a todos los problemas éticos.

Dos problemas con el consecuencialismo son:

-puede llevar a la conclusión de que algunos actos terribles son buenos;
-predecir y evaluar las consecuencias de las acciones es a menudo muy difícil.

No consecuencialismo o ética deontológica

El no consecuencialismo tiene que ver con las acciones en sí y no con las consecuencias.

Enseña que algunos actos son correctos o incorrectos en sí mismos, independientemente de las consecuencias, y las personas deben actuar acorde con ello.

Etica de la Virtud

La ética de la virtud analiza la virtud o el carácter moral, más que los deberes y las reglas éticas, o las consecuencias de las acciones; de hecho, algunos filósofos de esta escuela niegan que pueda haber reglas éticas universales.

La ética de la virtud se ocupa principalmente de la manera en que las personas viven sus vidas, y no tanto por evaluar acciones particulares.

Desarrolla la idea de buenas acciones al observar la forma en que las personas virtuosas expresan su bondad interior en las cosas que hacen.

Para expresarlo simplemente, la ética de la virtud enseña que una acción es correcta si y solo si es una acción que una persona virtuosa haría en las mismas circunstancias, y que una persona virtuosa es alguien que tiene un carácter particularmente bueno.

Ética de la situación

La ética de la situación rechaza las reglas prescriptivas y argumenta que las decisiones éticas individuales deben tomarse de acuerdo con la situación concreta.

En lugar de seguir reglas, quien decide debe conducirse por un deseo de buscar lo mejor para las personas involucradas. No hay reglas morales o derechos: cada caso es único y merece una solución única.

Ética e ideología

Algunos filósofos enseñan que la ética es una codificación de la ideología política, y que la función de la ética es establecer, hacer cumplir y preservar creencias políticas particulares.

Suelen decir que la élite política dominante utiliza la ética como una herramienta para controlar a todos los demás.

Escritores más cínicos sugieren que las élites del poder imponen un código ético que les ayuda a controlar a las demás personas, pero no aplican este código a su propio comportamiento.

¿Existen reglas morales universales?

Una de las grandes preguntas en la filosofía moral es si existen reglas morales inmutables que se apliquen en todas las culturas y en todo tiempo.

Absolutismo moral

Algunas personas piensan que existen reglas universales que se aplican a todos. Este tipo de pensamiento se llama absolutismo moral.

El absolutismo moral argumenta que existen reglas morales que siempre son ciertas, que estas reglas se pueden descubrir y que se aplican a todos.

Los actos inmorales, actos que rompen estas reglas morales, son incorrectos en sí mismos, independientemente de las circunstancias o las consecuencias de esos actos.

El absolutismo tiene una visión universal de la humanidad: hay un conjunto de reglas para todos, que permite la redacción de reglas universales, como la Declaración de los Derechos Humanos.

Los puntos de vista religiosos sobre la ética tienden a ser absolutistas.

Por qué las personas no suelen aceptar el absolutismo moral:

-Muchos de nosotros sentimos que las consecuencias de un acto, o las circunstancias que lo rodean, son relevantes para decidir si ese acto es bueno o malo.
-El absolutismo no encaja con el respeto por la diversidad y la tradición.

Relativismo moral

Los relativistas morales dicen que al observar diferentes culturas o diferentes períodos en la historia, se encontrará que tienen diferentes reglas morales.

Por lo tanto, tiene sentido decir que "bueno" se refiere a las cosas que un grupo particular de personas aprueba.

Los relativistas morales piensan que eso está bien, y discuten la idea de que hay algunas 'super-reglas' objetivas a descubrir que todas las culturas deberían obedecer. Creen que el relativismo respeta la diversidad de las sociedades humanas y responde a las diferentes circunstancias que rodean los actos humanos.

Por qué las personas no siempre acuerdan con el relativismo moral:

-Muchos de nosotros sentimos que las reglas morales tienen más que el acuerdo general de un grupo de personas: que la moralidad es más que una forma de etiqueta sobrevalorada.
-Muchos de nosotros pensamos que podemos ser buenos aunque no estemos acordes del todo con las reglas sociales.
-El relativismo moral tiene un problema al argumentar en contra de la opinión mayoritaria: si la mayoría de las personas en una sociedad está de acuerdo con reglas particulares, ese es el final del asunto. Muchas mejoras en el mundo se han producido porque algunas personas se opusieron a la visión ética prevaleciente: los relativistas morales se ven obligados a considerar que esas personas se comportaron "mal".
-Cualquier elección de agrupación social como fundamento de la ética está destinada a ser arbitraria.
-El relativismo moral no proporciona ninguna forma de tratar las diferencias morales entre sociedades.

Moral en-el-centro

La mayoría de los no filósofos piensan que las dos teorías anteriores tienen algunos puntos buenos, pero también piensan que

-hay algunas reglas éticas absolutas,
-pero muchas reglas éticas dependen de la cultura.

domingo, 23 de febrero de 2020

Videitos varios

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Marianne Talbott

A romp through the history of philosophy from the Pre-Socratics to the present day
https://www.youtube.com/watch?v=16TegBGFTn8

Philosophy for beginners
https://www.youtube.com/watch?v=_tCl66AbkqI
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Arthur Holmes
History of Philosophy
https://www.youtube.com/playlist?list=PL9GwT4_YRZdBf9nIUHs0zjrnUVl-KBNSM

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Tamar Gendler
Philosophy and the Science of Human Nature
https://www.youtube.com/watch?v=mUHYlyacMmA&list=PL3F6BC200B2930084

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Foucault (1983) the Culture of the Self
https://youtu.be/1J3MAlxQb_E

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Millican - 3 Scepticism & the Problem of Induction (General Philosophy 2018
https://youtu.be/CbAaFoYHyzI
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Recanati
Philosophie du langage et de l'esprit
https://youtu.be/I7sZJdhWxTM
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